Mi corazón está pesado y a menudo me siento indigno de él, pero la sangre del cordero es prueba de que soy digno. Él nunca me ha llamado por el pecado, sino por mi nombre, cada vez que he seguido mi propio camino, esa voz suave me devuelve a sus brazos tiernos. Aunque mis cargas puedan ser pesadas y pueda estar presionado por todos lados, puedo invocar el nombre de Jesús y en un instante me recuerda que todo estará bien.
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